Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía.
¡A leer!
Pies no me fallen ahora
Llévenme a la línea de meta
Oh mi corazón se rompe a cada paso que doy
Pero estoy esperando en las puertas
Que me digan que eres mío
Caminando por las calles de la
ciudad
¿Esto es por error o decisión?
Me siento tan sola en las noches de viernes
Puedes hacerlo sentir como en casa
Si te digo que eres mío
Es como te dije cariño
No me entristezcas no me hagas
llorar
A veces el amor no es suficiente cuando el camino se torna duro
No sé por qué
Sigue haciendo reír
Vamos, lleguemos alto
El camino es largo y continuamos
Trata de tener diversión mientras tanto
Vamos caminemos en el lado salvaje
Déjame besarte fuerte en la tormenta
Te gustan tus chicas dementes
Escoge tus últimas palabras
Esta es la última vez
Por que tu y yo nacimos para morir
Capítulo 18: Si Vis Pacem, Para Bellum. Si Quieres La Paz,
Prepárate Para La Guerra
Alice y Jasper salieron de la oficina, Alice ni siquiera me miró,
dio la impresión de que estaba llorando. Quise acercarme, pero Jasper me lo
impidió, agitó la cabeza negativamente y luego ellos desaparecieron por el
elevador.
Yo no sabía lo que pasaba, estaba fuera.
Un secreto a voces.
Con paso decidido entré a la oficina de Edward y azoté la puerta a
mis espaldas, no me importó que Kate y Jessica se dieran cuenta de mi enojo.
Ellas ahora no importaban. Bajo la mirada de sorpresa de Edward ante mi
actitud, me dirigí a él.
Le señalé con un dedo -Quiero que me expliques lo que está pasando– dije.
Él arrugó el entrecejo.
– ¿Sobre qué?
Oh Edward… no te hagas el que no sabes nada. –Para empezar, dime por qué has contratado a ese tal Jacob para
sustituir a tu hermano y en segunda, quiero que me digas lo que pasó hace un
momento, con Alice y Jasper. ¿Por qué Alice lloraba? ¿Por qué no me dirige la
palabra?
El rostro de Edward era como el hielo. Frío y sin expresión. Me asusté
por un momento pero recompuse mi postura.
Él tomó una pluma entre sus dedos y comenzó a rodarla lentamente por el
escritorio.
–Te contestaré, si eso es lo que quieres– dijo luego de un momento. Yo
esperé.
–En primera, y no quiero ser grosero, creo que no te incumbe a quién
contrate y a quién no, para trabajar en mi empresa.
Mordí mi labio. Él tenía razón. Tal vez me había pasado de curiosa. Era
su asunto a quien contratar para el personal de su empresa. Después de todo, si
Jacob parecía un total inadecuado para trabajar como gerente de ventas, yo
también era una total inepta para dirigir una campaña publicitaria. Me quedé en
silencio.
–Y por lo de Alice, bueno, ella está muy enojada conmigo y ha entrado a
esta oficina para tratar de disuadirme de mandar a Jasper a Italia. Ante mi
negativa, se ha puesto muy sentimental y ha empezado a llorar. En cuanto a por
qué no te dirige la palabra, no lo sé, esas son cosas suyas.
No me di cuenta en qué momento había bajado la vista hacia el suelo y
entrelazado mis dedos a la altura de mis caderas… ¡Mierda! Una vez más la mala
de la historia era yo… las explicaciones de Edward eran… insoportablemente
obvias.
Suspiré y alcé la vista hacia él. Su rostro se había dulcificado un poco…
sólo un poco.
–Lo siento– murmuré.
El asintió. –Está bien Isabella, no te preocupes. Ahora si no te
importa, necesito trabajar.
No necesité que terminara la frase, porque yo ya había salido de ahí. Me
estaba ahogando en esa oficina.
OoO
POV Edward.
Era un maldito sin corazón… Mi Bella… mi dulce Bella no sabía lo que en
realidad estaba pasando. Y se había creído todas mis mentiras.
Aflojé el nudo de mi corbata para respirar mejor. Pasé una mano por mi
pelo, me levanté de mi lugar y miré a través de los cristales. Tenía que hacer
algo con Rachel, tenía que sacarla de aquí antes de que Mi Bella se diera
cuenta de todo.
¡Maldita sea! ¡Se suponía que la puta esa había muerto!
Por otro lado sabía que era prácticamente imposible prescindir de la
modelo principal de la campaña a tan sólo dos semanas del lanzamiento. ¡Dos!
Tome una decisión, Alice había dicho que Rachel había llegado ya, entonces
le pondría la cara y hablaría con ella. Tenía que hacerlo.
OoO
Era tarde ya, las siete y media de la noche cuando vi como Edward salía
como una bala de su oficina. Kate, Jessica y yo nos quedamos estupefactas. Él
jamás había salido así de su oficina. Él nunca había salido de su oficina.
Ya había acabado todo mi trabajo, gracias a Dios. Tomé el teléfono y
marqué el número de Alice, que luego de tres pitidos contestó.
– ¿Aló?– dijo su voz.
– ¡Hey! ¿Alice? Oye, quería saber…
Pero no pude seguir hablando porque ella colgó.
Me quedé viendo el teléfono y me
dije que tal vez la llamada se había cortado. No podía ser que Alice me
hubiera colgado.
Me quedé sólo media hora más sentada en mi lugar. Cuando dieron las
ocho, apagué el computador, me puse el abrigo y tomé mi bolso. Edward no había
regresado.
Pero estaba demasiado confundida con lo que estaba pasando, así que
saqué el Blackberry y tecleé un mensaje rápido.
De: Isabella Swan
Para: Edward Cullen
Fecha: 5 de Diciembre de 2012 Hora: 08:01 PM
Edward, he terminado mi trabajo y ya es tarde.
Así que me voy, iré al supermercado.
Que tengas buenas noches.
Besos.
Isabella Swan. Asistente Personal de Edward Cullen en Cullen Corp.
Esperé a estar en la salida de la empresa con un pie en la calle para
enviar el mensaje, así como era Edward de sobre protector era seguro que me
prohibiría salir de la empresa hasta que el me llevara a mi casa, pero la
verdad era… que hoy quería estar sola.
Como siempre la acera estaba llena de gente y había un montonón de
tráfico. Le hice el alto a un taxi y lo abordé.
OoO
POV Edward.
El taller estaba completamente sólo y a penas una tenue luz lo
alumbraba. Rachel estaba de espaldas a mí, al parecer hablando por teléfono. Me
quede quieto detrás de ella.
– ¿Qué haces aquí?– mi voz salió osca y dura.
Entonces el celular de ella cayó al suelo y se giró a mirarme. Apreté la
boca en una dura línea cuando vi su rostro. Era como la constatación de que
ella estaba viva.
– ¡Oh, Edward!– gritó.
Antes de que yo pudiera impedirlo ella estaba colgada de mi cuello. La
separé bruscamente de mí.
–Suéltame– musité.
Ella colocó los brazos atrás de su espalda y se quedó quieta.
– ¿Estás enfadado conmigo?
No contesté.
–Tú estabas muerta– dije.
La expresión de ella cambió por completo a una de furia.
– ¡Me abandonaste!– saltó de nuevo hacia mí pero esta vez soltando
golpes con los puños cerrados – ¡Me mentiste! ¡Maldito! ¡Tú me mataste!
Afiancé sus manos por la muñeca y apreté duro para que no se moviera.
Ella soltó un gemido de dolor.
–Te equivocas, yo no te maté, tú fingiste patéticamente un suicidio.
Ella me miró.
–Quería desaparecer del mundo de la moda, ser una persona normal y
tenerte a mi lado– susurró –Pero tú… tú jamás abriste la carta que te di
¿verdad?
Recordé al instante. Un día antes de la “supuesta muerte” de esa loca,
ella me había dado una carta. Sonreí para mis adentros. Apenas la había tenido
en mis manos cuando la lancé a las llamas.
Ella ladeó la cabeza –No. Claro que no la leíste– dijo con ironía –En
esa carta te decía que iba a fingir mi muerte, te decía que me buscaras en la
estación del tren hacia Cheshire, pero nunca fuiste– comenzó a llorar –Cuando
te enteraste de mi muerte nunca jamás me lloraste, no hiciste nada. ¿Por qué?
Rodé los ojos.
–Es obvio, Rachel, porque me importaba un comino lo que te pasara,
porque me sigue importando un comino lo que te pase.
– ¿Por qué Edward? ¿Por qué Richard?
Su mirada estaba perdida, apreté mi agarre en sus muñecas al escuchar
uno de mis tantos nombres.
Ella empezó a reír sonoramente.
–Si Edward, lo sé… eres el famoso rompecorazones de Londres… el famoso
asesino Dorian Grey.
– ¡Cállate!
Pegué mi rostro lo más que pude al suyo.
– ¡Tú no eres nada Rachel! ¡Sólo eres una maldita loca obsesiva!
–No me odies, Edward. No es mi culpa haber sido la única que sobrevivió
a tus maltratos. No es mi culpa que seas un cabrón que lo único que quiere es
vengarse de todas las mujeres porque una le rompió el corazón.
Mis dedos cada vez se enterraban más en su carne.
–Tú no sabes nada– dije.
–Vine por ti Edward. Vine para arrastrarte al infierno al que tú me
orillaste a vivir.
Solté mi agarre de sus manos y apreté su brazo.
–Escucha bien, maldita loca. Se perfectamente que te has fugado de un
psiquiátrico y que viniste a Nueva York para buscarme. ¿Eres consciente de que
soy uno de los hombres más poderosos del mundo? ¿Eres consciente de que si yo
quiero puedo eliminar todo rastro de ti?
Los ojos de Rachel se volvieron sumisos y llenos de pánico. Sonreí.
–Pero voy a hacerte un favor– le solté el brazo –Voy a dejar que sigas
trabajando en esta campaña y cuando haya terminado tu contrato aquí te irás de
regreso a Inglaterra y podrás hacer lo que te plazca, y me dejarás en paz.
Me acerqué a ella.
–Por el contrario, si intentas hacer algo estúpido, si te atreves a
tocar a cualquier trabajador de aquí– Si te atreves a tocar a Mi Bella.
–Si te atreves a arruinar el lanzamiento entonces por mi cuenta corre que
regreses a Londres en ataúd. ¿Oíste?
Ella volvió a reír de nuevo.
– ¿Qué te hace pensar que voy a hacerte caso? Le he perdido el miedo a
la muerte, Edward.
Encogí los hombros –Entonces supongo que regresar al manicomio, pero
esta vez a uno de alta seguridad, en una celda acolchada para ti sola y ninguna
otra comida más que tus malditas pastillas no te vendrá mal ¿verdad?
–No me puedes hacer eso.
–Ponme a prueba Rachel– acaricié su mentón –Ponme a prueba.
En ese momento mi celular zumbó. Lo saqué y leí rápidamente el mensaje.
¡Demonios! Mi Bella se había ido sola… tendría que ir a buscarla.
–Me tengo que ir. Pero ya sabes, si te quedas tranquila no pasará nada.
Y con eso me fui, esperando con todas mis fuerzas que Rachel no
sospechara nada de lo mío con Isabella. Eso sería fatal.
OoO
Le pagué al taxista y bajé en frente de Wal-Mart.
Tomé un carrito y empecé con la compra.
Estaba
en ese momento poniendo un par de cartones de leche en mi carrito cuando la
familiar voz grave diciendo “Hola linda” resonó en mis oídos.
Giré
mi rostro, como lo esperaba, ahí estaba, ese tal Jacob sonriéndome.
– ¡Qué
sorpresa encontrarte por aquí!– dijo.
Forcé
una sonrisa, no quería ser grosera con él, después de todo, no me había hecho
nada… bueno, nada más que estar diciéndome linda todo el tiempo.
–Ehm…
Hola, Jacob…estoy de compras y llevo algo de prisa.
–Oh,
yo sólo venía por algunas verduras, pero tú sabes, soy nuevo en la ciudad y no
sé dónde están los productos aquí.
Pues
búscate a otra persona, idiota.
–Es
que… en serio llevo mucha prisa– mentí.
–Prometo
no quitarte mucho tiempo, sólo llévame a donde están las verduras, por favor.
Busca
un letrero enorme colgando del techo que diga “Verduras” y ahí estarán…
imbécil.
Bueno…
uno de mis más grandes defectos es que tal vez era “demasiado buena persona” o
tal vez demasiado “estúpida” y había veces en las que no sabía decir NO. Al
final me di cuenta de que no me costaba nada llevar a Jacob hasta las verduras.
Me vi
obligada a llevarle hasta allá.
–Ahora
sí tengo que irme, adiós– me despedí.
Comencé
a alejarme de él a paso rápido.
–En
serio tienes mucha prisa ¿verdad? ¿Acaso Edward te está esperando ahí afuera?
Me
detuve en seco. ¿Qué acababa de decir ese imbécil?
Me
giré, pero no avancé ni un paso. No estaba segura de si había oído bien. Un
nudo se formó en mi garganta. Jacob se acercó a mí poco a poco con una
expresión serena en el rostro.
–Así
que entonces es cierto…– susurró.
Jadeé.
– ¿Qué… qué has dicho?
Entonces
él soltó una carcajada corta y cruzó los brazos.
–Linda…
¿crees que nadie en la oficina lo sabe? ¡Por favor! Edward me contó. Tal vez
sea muy reservado en cuanto a su relación, no lo sé, pero por lo menos a mí me
lo ha dicho.
Pase
lentamente una mano por mi rostro y miré hacia el suelo, de pronto deseé con
todas mis fuerzas que el suelo se abriera y me tragara entera.
–No…
no puede ser.
Él se
encogió de hombros –Yo no estoy mintiendo.
Estaba
demasiado en shock como para enojarme. Así que lentamente me giré de nuevo y
esta vez, con paso más lento me fui de ahí hasta la caja de cobro. Las lágrimas
empezaron a salir de mis ojos vergonzosamente. ¿Cómo era posible que Edward
hubiera sido capaz de contarle a alguien -ajeno a la familia- lo nuestro? Y
mucho peor ¿Cómo es que no me lo había contado? ¿Eso significaba que tal vez Jacob
no era el único que sabía en la empresa? Esa idea me llenó de pánico y entonces
mis manos comenzaron a temblar.
– ¿Señorita?
¿Señorita?
Me
percaté de que la cajera me estaba hablando desde hacía un rato. Sonreí
débilmente y comencé a poner los productos sobre la barra deslizante.
Atrás
de mí había mucha gente que me miraba raro y luego sentí la mirada de la cajera
sobre mí.
–Disculpe
pero… ¿se encuentra usted bien?
Me
aterroricé. ¿Qué expresión tenía mi cara?
Le
dediqué una sonrisa, o por lo menos yo creí hacerlo, y luego tomé mis pocas
bolsas y salí de ahí. Tuve que caminar hasta la acera para conseguir un taxi en
medio de la noche.
En ese
momento me di cuenta, que se estaba volviendo muy necesario tener un auto.
OoO
Llegué
a mi departamento agotada, debido al tráfico el taxista había hecho el doble de
tiempo que tomaba llegar hasta mi edificio. Eran las diez de la noche.
Puse
las compras sobre la mesa y comencé a acomodar todo en su lugar. No había
comprado mucho en realidad pero sí como para no tener que volver al súper en
una semana.
Me
serví un vaso de leche fría con chocolate en polvo. Lo tomé como la mayor
delicia. Mi estómago gruñó, me di cuenta que tenía hambre así que encendí la
estufa y me preparé para hacerme unos hot-cakes.
Mientras
hacía mis maniobras en la cocina no paraba de pensar en lo que Jacob había
dicho. Estaba demasiado enfadada con Edward. No sabía con claridad lo que iba a
hacer al día siguiente en la oficina cuando lo viera, ¿qué iba a decirle? ¿Esto
provocaría otra pelea entre nosotros? ¡Claro que sí! Agité la cabeza
negativamente, estaba harta de pelear con Edward pero todo con él era tan
malditamente difícil…
Me
senté a la mesa y comencé a cenar. Cuando estaba a un par de bocados de
terminar mi comida alguien tocó a la puerta y me alteré demasiado al saber que
una sola persona podía venir a mi departamento a estas horas.
Con
movimientos lentos abrí la puerta. Edward de inmediato se hizo paso dentro del
espacio y cerró la puerta a sus espaldas.
– ¡Bella!
¡Gracias a cielo que estás bien!– exclamó y me fue inevitable rodar los ojos.
¿Qué me podía pasar al ir al súper?
De
inmediato el enojo fue visible en mi rostro y lo supe cuando Edward endureció
su rostro.
– ¿Qué
pasa?– preguntó.
Puse
mis brazos en jarras.
– ¿Hay
algo que tengas que decirme?
Él
frunció el ceño y negó.
– ¿Estás
seguro?
Él
avanzó un paso hacia mí y su estatura pareció aumentar diez centímetros. Me
intimidé un poco.
– ¿Qué
está pasando Isabella? ¿Qué es lo que tengo que contarte?
Podía
apostar en ese momento que había un cierto tono de nerviosismo en su voz apenas
notable. Pasé saliva.
– ¿Por
qué le dijiste a Jacob lo nuestro y no me lo contaste?– mi voz fue demasiado
baja, no estuve segura de si él había escuchado.
Él
alzó las cejas. – ¿Que yo qué?
–No
quiero volver a repetirlo Edward. Le dijiste a Jacob lo nuestro.
Él
negó y se acercó más hacia mí.
–Isabella déjame
explicarte…
Me llevé las manos al
rostro. Todo el enojo que había estado conteniendo todo ese tiempo escapo de
mí. Como una olla a presión.
– ¡Es obvio que no me
tienes la confianza suficiente, Edward! ¡Recalco mi pensamiento de que yo sólo
soy TU MALDITA PUTA!
–Isabella, por favor…
– ¡Por favor nada! ¡A la
porra! ¡Estoy harta Edward! ¡Harta de que me ocultes todo! ¡No me cuentas nada!
¡Sólo pequeños trozos! ¡Está claro que yo no encajo en tu mundo! ¡No soy para
ti!
Edward dio un leve giro, en
sus ojos había ira y, oh no… ¿miedo?
– ¿Qué estás insinuando
Isabella?– de pronto su voz se volvió engañosamente suave.
– ¡No estoy insinuando nada
Edward! ¡Te estoy diciendo que se acabo! ¡Esto…!– nos señalé a los dos – ¡se
acabó!
Mi corazón se había roto en
mil pedazos al decirlo, pero estaba claro.
Eros se lo había dicho a
Psique cuando ella lo había traicionado.
“El amor no puede vivir
donde no hay confianza”
– ¡Eso nunca Isabella!
¡Jamás! ¡Por Dios, simplemente déjame explicarte!
No sé en qué momento yo
había comenzado a llorar, lo supe cuando el líquido salado irrumpió entre mis
labios Me quedé callada, esperando por una palabra que explicara y solucionara
todo aquello. Sorprendentemente la hubo.
Edward me agarro por los
hombros y me miró a los ojos.
–Escúchame por favor. No sé
cómo es que ese tal Jacob ha averiguado lo nuestro, no tengo ni idea– cerró los
ojos –Pero te juro por mi vida, que eres tú, que yo no le he dicho ni una sola
palabra.
– ¿Lo juras?– mi voz era
tan aguda como la de una niña pequeña llorando luego de haberse caído.
–Créeme– pidió.
Mordí mi labio. Me sentía
tan supremamente estúpida… ¿cómo había sido tan tonta de haberle creído a
Jacob? ¿A una persona que no me caía bien y que apenas conocía? Entonces
surgieron dudas en mi cerebro.
– ¿Por qué… por qué Jacob
me diría una cosa así? ¿Por qué mentiría?
Edward tocó mi mejilla.
–Es sólo un idiota tratando
de causar problemas.
–Que Jacob me haya dicho
que tú le habías mencionado nuestra relación, aunque él haya mentido, alguien
debe de haberle dicho. Eso significa que hay alguien que sí sabe.
El ambiente a nuestro
alrededor se había vuelto notablemente más ligero, él soltó una risotada y yo
fruncí el ceño. No le veía la gracia al asunto.
–Oh, mi dulce, dulce Bella.
Deja de preocuparte, no me importa que el idiota ese de Jacob sepa lo nuestro o
cualquier otra persona. Total, te he dicho que les diremos a todos lo nuestro.
¿Para qué te afliges?
Encogí los hombros. Aunque
me parecía maravillosa la idea de poder salir a lugares públicos tomada de la
mano de Edward, no dejaba de inquietarme.
Me abracé a su pecho y
aspiré su aroma.
– ¿Me perdonas?– pedí.
–No tienes de qué. De todos
modos, mañana hablaré con Jacob, lamentablemente no puedo despedirlo pero sí
puedo darle una buena reprimenda.
Esa noche, luego de una
sesión de disculpas mutuas, Edward me hizo el amor dulcemente. Me acarició, me
abrazó a su pecho y besó mi cabello antes de dormirse.
OoO
Era ya de día, me levante,
como era de esperarse, Edward se había marchado hacia algunas horas.
Estaba lista. Salí de mi
departamento. Ese día no iría a la oficina hasta las once y Edward estaba
avisado. Tenía que ir primero al New York Palace para reservar el salón de
eventos y dar el sesenta por ciento del total del dinero.
Luego hacer un viaje en
taxi, con ese tráfico, a las oficinas que diseñarían las lonas de la campaña y
los espectaculares. Finalmente tenía que ir hasta el restaurante gourmet al que
había encargado la cena y los bocadillos que servirían en el lanzamiento.
Inteligentemente, y ante la
visión de todo lo que tendría que caminar por la enorme y tumultuosa ciudad me
había puesto un vestido café de invierno me llegaba dos dedos arriba de la
rodilla de Jasper Conran, medias gruesas del mismo tono del vestido y botines
con diferentes tonalidades de café de Amy Welch. Estaba bastante cómoda.
Hice todos mis deberes
fuera de la oficina y en el camino por la ciudad compré un Starbucks, a pesar
de que no me gustaba mucho el café.
Cuando eran eso de quince
menos once llegué a Midtown en taxi. Cuando estuve en el elevador de camino
hacia mi escritorio, mi corazón comenzó a latir en mis oídos ante la sola idea
de ver a Edward. ¿Sería siempre así? ¿Cómo la emoción de una colegiala
enamorada de su hermoso profesor?
Me senté en mi escritorio y
esperé paciente, mientras hacia mi trabajo de rutina, que Edward me llamara a
su oficina para darme su llamado beso moja-bragas de los buenos días.
Como era de suponer, Edward
me llamó por el teléfono a los veinte minutos de mi llegada.
A mi oficina, Señorita
Swan, por favor.
Mis piernas temblaban,
traté de controlarme. Sólo es Edward… sólo es Edward…
Abrí la puerta y ahí
estaba… enfundado en un traje caro negro de Gucci contrastando contra sus
increíbles ojos verdes. Oh. Delicioso. Cuando cerré la puerta él me
atrajo por la cintura, miró un momento mi cara y luego inclinó su rostro hasta
el mío para besarme. Su aliento caliente mezclándose con el mío en una danza
erótica y a la vez tierna. Como diciéndonos Quiero follarte… pero también
hacerte el amor.
No fue raro para ninguno de
los dos que al separarnos nuestras respiraciones estuvieran agitadas y
deseosas, excitadas. Sentía mis mejillas arder.
–Buenos días– susurré junto
a su cara. Aún seguía sujetándome contra él.
–Buenos días, nena– su voz suave
y ronca me dieron ganas de cerrar los ojos y volver a besarlo.
¡Céntrate Bella!
–El hotel ya está pagado y
las lonas serán colocadas un día antes del lanzamiento. El restaurante tiene
perfectamente claro lo que hemos pedido para ese día. Todo está perfecto.
Él me sonrió torcidamente
–No me equivoqué al poner esta campaña tan importante en tus manos– aceptó y
yo, fruncí el ceño.
– ¿Qué quieres decir con
eso?– me alejé un poco de él – ¿No estabas seguro de que esto me saldría bien?
Él agrandó los ojos.
– ¡Cristo, no! ¡Yo no
estaba diciendo eso! Lo único que decía es que si, en un principio, aunque
siempre supe que sacarías adelante esta campaña, debido a que eres una
estudiante aún, no hubiera imaginado que todo te saldría tan malditamente bien.
Su repentina sonrisa me
hizo sonreír a mí también y me abracé a él.
–Gracias, Edward.
Mi madrastra me rodó los
ojos al sentir ella también que casi lloro en ese momento.
Estaba sensible como el
infierno.
Él acarició mi barbilla,
sonrió y fue a sentare a su silla.
Luego de eso, yo salí y
continué con mi trabajo, olvidándome de los horrores que había pasado el día
anterior… eso me recordaba que tenía que ir a ver a Alice. No tanto por
preguntarle qué le había pasado sino porque tenía que ir a vigilar que los
vestuarios fueran los adecuados.
Bajé por el ascensor y
luego fui al taller. Alice estaba con un metro en el cuello y ajustando con
alfileres un vestido a Rachel, quien, cuando me vio volvió la mirada hacia otro
lado. Encogí mentalmente los hombros. Si le caía bien o mal a esa tal Rachel no
me importaba.
– ¿Qué hay, Alice?–
pregunté.
Ella me miró y sonrió
ampliamente.
–Hola Belli. ¿Te gusta?–
señaló el vestido. Su repentino cambio de humor me sorprendió.
El vestido que Rachel
llevaba podría confundirse fácilmente con un diseño de Ellie Saab.
–Es precioso Alice.
Durante todo el tiempo que
estuve ahí, que entre otras cosas fue bastante, pude notar que ni una sola vez
Alice miró a Rachel y cuando acercaba sus manos hacia ella comenzaba a temblar.
¿Qué diablos pasaba?
Decidí no preguntarle nada,
por el momento, pero sabía que algo grande me ocultaba.
OoO
Di gracias a Dios de que
durante todo el día Jacob no se me había acercado ni había subido al piso a ver
a Edward.
El día había pasado volando
y yo estaba cansada como nunca, lo que me hizo decidir que esa noche también me iría sola. Ya que si
me iba con Edward… bueno, eso era no dormir hasta las dos de la mañana.
No le mandé ningún mensaje
a Edward ni nada. Tragué saliva, de algún modo sabía que esa noche tarde o
temprano Edward llegaría a mi departamento a reclamarme por no avisar de mi
partida.
Suspiré y envolví mis
brazos a mí alrededor. Era una noche fría. De pronto, un auto azul marino
comenzó a seguirme el paso, temí por un momento, sabía que no era Edward, era
alguien más.
El auto azul me tocó el
claxon. Detuve de inmediato mi andar y me giré hacia el carro.
Jacob bajó de él y yo puse
los ojos en blanco. ¿Cómo haría ahora para librarme de ese idiota?
–Buenas noches linda
¿Quieres que te lleve?
Forcé una sonrisa. –No,
muchas gracias.
Seguí caminando y él me
siguió, tomándome por el brazo.
–Hey, Bella. Creo que te
caigo mal ¿verdad? ¿Por qué?
Apreté los dientes.
–Jacob, lo siento, pero sí,
es verdad, no me es grata tu compañía.
–Ya veo. ¿Qué dices si te
invito un café? Ya te dije, soy nuevo en la ciudad, no quiero ser enemigo de
nadie.
Sonrió enormemente
haciéndome ver sus deslumbrantes dientes blancos.
Me mordí el labio y analicé
mi entorno. Tenía un frío del demonio, aún me faltaba caminar mucho para llegar
al subterráneo y por si fuera poco, no estaba segura de querer llegar a casa.
¿Estaba haciendo lo correcto?
–Está bien. Vamos.
Tal vez ir con él a tomar
un café ayudaría a preguntarle por qué me había mentido sobre Edward.
Desanduvimos los pasos que
habíamos dado y Jacob me abrió la puerta del auto cortésmente, luego él subió.
–Bonito auto. ¿Es tuyo?
–No. Lo he rentado.
–Ya veo– fue lo último que
dije antes de que Jacob arrancara el auto.
Recé por dentro. Una parte
psicótica de mí sentía los ojos de Edward sobre mi espalda.
OoO
POV Edward.
No quería creer lo que
había visto. Enterré los dedos en mis palmas hasta casi hacerme daño.
¿Mi Isabella se había ido
con ese hijo de puta? ¿Por qué? ¿Por qué no me había avisado que se iba? ¿No
quería que la llevara a su casa? ¿Ellos dos tenían algo? ¡No!
Tomé mi saco del respaldo y
como una bala salí de la oficina, saqué el auto del estacionamiento y con un
chirrido de llantas entré en el tráfico.
Mi respiración estaba
agitada. ¿Por qué ella me hacia esto? ¿Por qué? Ella no podía estarme engañando
con ese chucho, ella no podía estarme engañando con nadie.
Di un golpe contra el
tablero del Aston. ¿Por qué no podía avanzar más rápido? ¿Por qué había tanto
tráfico?
En un momento fatal, perdí
de vista el auto azul marino de ese chucho con Mi Bella abordo. Me sentí morir.
Hice intentos por encontrar
el auto de nuevo pero todo fue en vano. Entonces recurrí a llamarle a su
Blackberry ¡Sorpresa! Estaba apagado.
Conduje entonces hasta su
edificio y me quedé en el auto, esperando a que regresara.
Ella me debía una
explicación.
OoO
El restaurante era bueno al
igual que el café.
Jacob había pedido una mesa
para dos, y en ese momento yacía sentada en una silla frente a él, cada uno con
una taza de café y brownies.
–Y bien linda, ¿me
dirás ahora por qué te desagrado tanto?– dijo él rompiendo el silencio que
había entre nosotros.
Chasqueé la lengua y di un
sorbo a mi taza, demorándome en contestar.
Crucé los brazos sobre la
mesa.
–Me mentiste, Jacob.
Él hizo un gesto de
sorpresa.
–Aunque pongas esa cara–
continué –Me engañaste al decirme que Edward te había dicho lo que había entre
él y yo.
–Isabella, mira…
–No hace falta ya que me
expliques nada. Tú me pediste que te dijera la razón de mi desagrado hacia ti,
pues allí está. Edward jamás te dijo nada sobre nuestra relación. Tú de algún
modo has logrado averiguarlo, pero no fue porque él te lo dijera.
A cada segundo el tono de
mi voz subía más y más. Cuando menos me di cuenta, las miradas de toda la gente
del restaurante estaban sobre mí, por supuesto, me sonrojé de inmediato y bajé
la voz.
–Escucha, Jacob. Creo que
dejar que me trajeras aquí ha sido un error, es mejor que me vaya.
Él puso una mano sobre la
mía.
–No, Bella. Yo te llevo a
tu casa.
Lo único que pude hacer fue
asentir.
Agradecí enormemente el
aire fresco que entró a mis pulmones cuando salí del restaurante.
Jacob abrió la puerta del
copiloto y yo subí, luego arrancó y en veinte minutos estábamos frente a las
escaleras de mi edificio.
Le miré a los ojos. No pude
ver en su rostro más que tristeza y arrepentimiento. Me sentí mal. Tal vez
estaba siendo muy grosera con ese chico.
Se lo merece dijo la Madrastra.
Bajé del auto y apenas di
dos pasos Jacob estaba a mi lado.
–Hubiera deseado que esta
noche fuera mejor, lamento mucho Isabella que esto hubiera acabado así, también
me disculpo si en algún momento ocasioné algún problema entre tú y Edward, es
lo que menos quiero.
Ladeé la cabeza hacia un
lado. Sus disculpas sonaban lastimosamente sinceras.
Le sonreí levemente.
–Tranquilo Jacob. Creo que
yo también te debo una disculpa. Estoy exagerando un poco todo esto. Si te hace
sentir mejor, el café estuvo genial.
Él rió.
Yo suspiré y luego me
acerqué a él y dejé un beso sobre su mejilla.
–Buenas noches, Jacob.
Él se quedó quieto y volvió
a tomar mi mano.
–Buenas noches, linda.
Y entonces él se fue.
Me fruncí el entrecejo a mí
misma.
¿Qué rayos pasó aquí? Preguntaron la Madrastra y Blanca nieves a la
vez.
Subí los primeros dos
escalones de la entrada del edificio cuando oí una pisada fuerte detrás de mí.
–Alto ahí, Isabella Swan.
Ooooh mierda…. Oooh mierda…
ooooh mierda.
Lentamente giré sobre mi
propio eje. Un temblor recorrió mis piernas.
– ¿Qué haces aquí, Edward?–
pregunté.
Él avanzó hacia mí y por un
momento tuve la alucinación de que de sus ojos salía fuego.
– ¿Por qué? ¿Acaso eh
interrumpido algo?
Cerré los ojos y los abrí
–No, claro que no– mi voz era patéticamente temblorosa. ¿Qué me pasaba? No es
como si hubiera hecho algo malo…
– ¿Qué hacías con Jacob
Black?
Su voz había sido cortante
y fría.
–Fui a tomar un café con
él– hablé, diciendo la verdad.
Edward apretó los puños. –
¿Tomando un café?
Oh. Ya sabía para dónde iba
esto; por lo que me di la vuelta y subí los escalones lo más rápido que pude.
Atravesé el vestíbulo y subí al elevador, todo eso con los pasos de Edward
detrás de mí.
Cuando las puertas del
elevador se cerraron, dejándonos a Edward y a mí atrapados ahí dentro, o más
bien, dejándome a mí atrapada ahí dentro, sentí ganas de morir.
–No huyas Isabella. Dime lo
que hacías con ese imbécil.
Edward me acorraló en el
rincón derecho del elevador y con una mano levantó mi cara.
–Dime. ¿Qué hacías con él?
– ¡Nada! ¡Ya te dije que
fuimos a tomar un café! ¡Sólo eso!
Entonces el timbre del
elevador sonó y las puertas se abrieron. Dos mujeres entraron al ascensor y
Edward se vio obligado a soltarme. Afiancé mi bolso al hombro y salí de ese
espacio reducido, caminando hacia mi departamento.
–Isabella, para allí ahora.
Pero no hice caso y por fin
llegué a la puerta, saqué las llaves y la abrí.
Obviamente, Edward entró
conmigo.
Me sentía terrible, porque
sabía que de algún modo Edward tarde o temprano se hubiera enterado de que
había ido a tomar un café con Jacob y se enojaría.
Él me tomó del brazo y me
chocó contra la pared.
–Maldita sea, Isabella.
Dime la verdad. Dímela.
Un sudor frío se instaló en
mi nuca. Edward no gritaba, sino que hablaba bajo y con una voz casi… casi
lastimada. Hubiera preferido mil veces que me gritara, por lo menos así hubiera
sabido lo que haría.
–Edward, ya lo dije. Sólo
era un café. Lo juro.
Él giró la cabeza hacia un
lado y cerró los ojos por cinco segundos. Cuando los abrió, de ellos emanaba fuego
puro. Me sentí más pequeña en mi lugar.
–No puedo creerlo Isabella.
Luego de que ese estúpido te mintiera y que a causa de eso nos hiciera pelear…
no puedo creer que hayas accedido a cenar con él. ¿Por qué me haces esto
Isabella? ¿Por qué me haces esto?
Comencé a llorar entonces.
No pude soportar más los ojos de Edward sobre mí, haciéndome sentir culpable,
como si yo lo hubiera engañado con Jacob.
–Edward por favor. León…–
subí mis manos a su rostro y lo acaricié –Mi león… no hagas esto de nuevo, no otra
vez…
Su respiración se volvió
más rápida. Apretó los labios en una dura línea y luego me alzó en brazos, y en
tiempo récord me dejó sobre la cama.
– ¿Por qué me haces esto
Bella? ¿Por qué? Si sabes que te amo… ¿por qué lo has besado? ¿Por qué lo has
besado?
Oh no… él me había visto…
–Mi vida… no león. Sólo ha
sido un beso en la mejilla. No vale nada, nada.
Él me alzó el vestido y
enrolló mis bragas en su puño. Sólo oí el leve rasgar de la tela yaciendo sobre
sus manos.
Mis medias aún estaban
puestas, eran hasta el muslo. Toda yo estaba vestida.
Edward se alzó y desabrochó
su cinturón. Se inclinó sobre mí.
– ¿Por qué me haces esto
Isabella? ¿Acaso es porque sabes que eres la única que puede destruirme? ¿Es
eso?
Había un tono furioso en su
voz. Había dolor y furia. Dolor y furia. Sólo eso.
Él me tomó las caderas y se
hundió en mí en una profunda y certera estocada. Me quedé quieta, sin hacer
ningún ruido.
Quieta y callada porque
supe al instante que esa noche Edward no me haría el amor… no… esa noche, como
había leído en ese diario él me follaría.
Sentía su entrar y salir de
mí una y otra vez, el placer se extendía sobre mí como una bomba nuclear. Mis
brazos estaban a mis costados, ligeramente abiertos y con las palmas hacia
arriba.
No podía evitar cerrar los
ojos. No podía gritar porque había un nudo en mi garganta, un nudo de culpa.
– ¿Por qué no gimes
Isabella? ¿Eh? ¿Acaso esto ya no te gusta? ¿Prefieres a Jacob?
Empujó más fuerte cuando
dijo su nombre y sentí dolor. Pero no físico, sino dolor en el corazón. No
sabía si estaba bien por lo que sentía en aquel momento. No sabía si estaba
bien dejar que Edward me tratara como lo que yo siempre me negué a ser. Su
puta. Sin embargo sentía que lo merecía.
Yo tenía la culpa en todo
eso. Edward tenía razón. ¿Cómo había podido acceder a salir con Jacob luego de
que me había mentido? Y más sabiendo que a Edward no le agradaba. Era una
tonta.
– ¿Aún me amas, Isabella?
Edward seguía empujando
dentro mío, pero más lento. Le miré a los ojos y me perdí en su belleza.
–Claro que te amo. Como a
nadie Edward.
Abracé sus caderas con mis
piernas y su espalda con mis brazos. Él cerró los ojos y exhaló. Chocó mi boca
contra la suya y metió su lengua en mi boca frotando y acariciando ahí donde
podía.
Me sentí bien en ese momento.
Adoraba besarlo mientras me hacía el amor… o como hoy. Adoraba besarlo mientras
me follaba.
No paró de besarme el resto
del tiempo. El ritmo de sus embestidas aumentó y mis paredes se cerraron a su
alrededor. Entonces sentí como él se quedaba quieto al tiempo ahogaba su gemido
dentro de mi boca, sintiendo su líquido caliente mientras eso pasaba.
Y paró. Yo no había tenido
mi orgasmo, pero aún así el paró.
Se separó de mí segundos
después para normalizar su respiración, se levantó de la cama y colocó su
pantalón en su lugar.
Yo me quedé ahí… extendida
sobre la cama y con las piernas abiertas mirando hacia el cielo raso de mi
habitación.
Luego oí la puerta de
entrada azotarse. Edward se había ido.
Una lágrima escurrió por mi
cien.
Dios. Era tan difícil estar
con él… tan malditamente horrible y difícil.
A veces me preguntaba si él
y yo en realidad estábamos destinados a ser uno sólo.
Y entonces por primera vez
imaginé mi vida a futuro. ¿Edward estaría a mi lado para entonces?
OoO
Mi abuela decía que cuando
sueñas por las noches, es porque no puedes descansar realmente.
Esa noche soñé de nuevo con
James.
Yo estaba ahí, parada en
medio del bosque y él estaba frente a mí, tomando mi mano.
– ¿Es esto lo que quieres
realmente?– él preguntó.
Sonreí ampliamente pero sin
contestar. Entonces besé a James en la boca y él permaneció quieto.
– ¿Es esto lo que quieres
realmente?
Yo quería contestarle, pero
no podía. Era como si mis labios fueran demasiado pesados para abrirlos. Pero
entonces me pregunté qué es lo que contestaría, en todo caso de poder hablar.
Era como si de algún modo entendiera la pregunta de James, pero no del todo.
¿Qué es lo que quería realmente?
–Habla, princesa. Puedes
hacerlo– susurró.
Y entonces sentí que podía
hablar.
–James, ayúdame. Estoy asustada.
Él apretó mi mano más
fuerte.
–Eres fuerte princesa. Eres
fuerte.
Él me abrazó y me pegó a su
pecho.
– ¿Es esto lo que quieres
realmente?
Levanté la vista, encogí
los hombros.
–No lo sé.
Él se sentó sobre el lodoso
suelo del bosque y me atrajo hacia él. Entonces yo comencé a llorar.
A pesar de que estaba en un
sueño en el que yo estaba consciente de que era un sueño.
–Te extraño Jimmy– jadeé.
–Te extraño tanto…
Él no contestó.
– ¿Cómo es estar muerto?–
pregunté.
–Liberador. Aunque, ¿te
digo la verdad?– él se acercó a mi oído, como a punto de contarme un gran
secreto. –No me gusta estar aquí. Quiero irme.
Le miré confundida. − ¿Irte? ¿A dónde?
–Oh, tú sabes princesa.
Estoy cansado. Quiero irme.
Comencé a jalar su chaqueta
de mezclilla.
– ¿Irte a dónde James? ¿A
dónde?
Y él rió, con sus
brillantes dientes blancos y sus ojos azules brillando al sol.
Me desperté sobresaltada y
con una mano en el pecho. Estaba tan asustada como si hubiera tenido una
pesadilla.
Me levanté de la cama,
supuestamente a sólo tomar un vaso de leche para conciliar el sueño de nuevo,
pero cuando miré el reloj de la cocina me di cuenta de que ya eran las siete.
Eché la cabeza hacia atrás y estiré los músculos de mi cuello. Estaba cansada
como el infierno. No había podido descansar bien y además, el sueño con James
me tenía intrigada.
Con toda la pereza del
mundo me metí a la ducha. Lo único que me animaba era que ese día por fin era
viernes. Ni siquiera el conocimiento de que vería a Edward en la oficina me
animaba.
Después de la noche que
habíamos pasado. ¿Qué pasaría ahora? ¿Estaría igual de frío conmigo?
Salí con una toalla en la
cabeza y rápidamente descolgué de mi armario lo primero que encontré. Era
viernes y no estaba de humor para buscar con delicadeza mi atuendo para ese
día. Una falda color mostaza así como los zapatos de tacón y una camisa rosa
completaron mi atuendo para ese día.
Como me di cuenta de que
aún era temprano me dirigí a la cocina y preparé huevos revueltos y un vaso de
jugo de naranja. Desayuné lo más tranquilamente que pude y luego lavé los
platos que había ensuciado.
Tomé mi bolso y un abrigo,
luego salí de mi apartamento.
Cuando llegué a la oficina
todo era un total caos. Kate tenía las manos en la cara y Jessica golpeaba su
pie contra el suelo.
Jessica se levantó a penas
me vio llegar.
–Maldición Isabella. Por
fin llegas.
Alcé una ceja – ¿Qué está
pasando?
Kate pasó una mano
temblorosa por su falda y se levantó.
–El jefe llegó temprano.
Nosotras hemos llegado a las siete porque teníamos trabajo pendiente, y bueno,
cuando nos vio sentadas en nuestro lugar y vio el tuyo vacío comenzó a
gritarnos. No ha parado de hacerlo desde que llegó.
–Pero… pero yo no sabía que
tenía que llegar a las siete.
–Bueno, pues gracias a eso
el jefe está furioso con todos hoy.
Me mordí el labio. Oh… ¿qué
día me esperaba?
Me senté en mi escritorio y
el teléfono sonó.
–Señorita Swan. En mi
oficina ahora.
Apreté los dientes. Un nudo
de nervios se instaló en mi estómago.
Abrí la puerta de la
oficina de Edward.
–Diga, señor.
–Quiero que haga los
contratos para la campaña de la nueva colección que DKNY puso en nuestras
manos. Es la nueva campaña que estará en sus manos, señorita Swan.
Asentí y me giré para
salir.
–No le he dicho que se vaya ¿o sí?
Pasé saliva. ¿Ahora qué?
–Diga, señor.
Edward se levantó de su
asiento, en ese delicioso traje gris de Armani y con paso decidido se colocó
frente a mí.
– ¿Está dispuesta a hacer
lo que yo le diga, señorita Swan?
Tal vez no estaba
entendiendo del todo lo que Edward trataba de decirme.
–Sí, señor.
– ¿Es incondicional,
señorita Swan?
–Sí, señor.
Edward tomó mi cintura y me
pegó a él. Pude sentir su erección en mi bajo vientre.
– ¿Qué piensa a cerca del
nuevo gerente de ventas, señorita Swan? ¿Le parece simpático? ¿Tal vez
atractivo?
La Madrastra se cruzó de
piernas a lo Sharon Stone. ¿Sería la clave contestarle con algo que lo pusiera
furioso? Al menos así podría él desquitar todo el coraje y enojo que tenía
conmigo. Alcé la cara.
–Sí. Me parece muy
atractivo.
Lo último que sentí en ese
instante fue el aire chocando contra mi espalda y luego el suelo tapizado de
alfombra en el que ahora yo estaba acostada, con Edward encima mío.
– ¿Muy atractivo?
–Sí– contesté jadeante
–Podría besarlo.
Edward colocó las manos alrededor
de mi cuello y con los pulgares acarició mi mentón.
–No lo dices en serio. No
es cierto. Tú me amas a mí Isabella. A mí. Tú me amas a mí, Mi Bella.
Pasé mi lengua por mis
labios.
–Yo no soy su Bella señor.
Soy la señorita Swan.
No sabía lo que me pasaba.
Era como si el espíritu de la Madrastra hubiera ocupado mi cuerpo por completo.
Ella había dejado de ser una simple parte de mí. Ahora yo en ese momento,
estaba siendo la lujuriosa y enferma psicópata Madrastra. A pesar de que esto
no me asustaba sabía que no iba a terminar bien, pero lo dejé seguir.
Edward tomó mis hombros y
me agitó una y otra vez.
– ¡No! ¡No! ¡No! ¡Tú eres
mía! ¡Mía!– se lanzó a mi boca y la mordió duro. Solté un gemido de dolor.
Reí ante su expresión. Era
como si me hubiera vuelto irremediablemente loca.
–Verá señor. Mi novio es un
idiota que ayer por la noche hervía en celos a causa de un chico tremendamente
atractivo con el que salí ayer. Cuando llegué a casa mi novio me folló duro y
fuerte sobre la cama y luego me abandonó como si yo fuera una puta. ¿Usted qué
cree? ¿Merecía que mi novio me hiciera eso?
Edward cerró los ojos y
agitó la cabeza de un lado a otro.
–No… no lo merecías. No lo
merecías. Tú no eres una puta.
Respiré varias veces para
no llorar.
– ¿Y ahora qué señor? ¿Va a
reparar ahora lo que mi novio me hizo ayer? ¿O tendré que correr a los fuertes
brazos del nuevo gerente de ventas?
Él subió mi falda
lentamente hasta mi cintura y descubrió mis pechos. Se lanzó hacia ellos y besó
mis pezones, que se pusieron duros ante el contacto.
–Oh…
– ¿Qué vas a hacer con tu
novio, eh? ¿Vas a dejarlo?– preguntó desatendiendo mis pechos.
Yo sonreí. –Eso a usted no
le incumbe señor.
– ¿Sabes que tu novio sería
capaz de matarte si le dejas?– su cara estaba a milímetros de la mía – ¿Lo
sabes?
Mi espina dorsal tembló,
pero mi entrepierna estaba mojada. Las palabras de Edward me hicieron pensar
que esto se estaba pasando de un simple juego enfermo.
–No. No lo sé. Lo que sí
tengo claro es que él jamás me haría daño.
– ¿Le tienes tanta confianza?
–Sí.
– ¿Lo amas?
–Sí.
– ¿Cuánto?
−Demasiado para poder ser
creíble.
La mano de Edward se
instaló en mi pecho izquierdo y acarició el pezón, luego pasó al derecho y
plantó un besó allí. Lentamente bajó su mano por mi vientre, metiendo la mano bajo
mi vestido e hizo lo mismo con su dedo en mi entrepierna.
Temblé.
–Está muy mojada señorita
Swan. ¿Qué tengo que hacer ahora?
Subí ambas manos por sus
bíceps y luego las instalé en su espalda.
–Quiero que me haga lo que
el idiota de mi novio no me hizo anoche. Quiero que me haga el amor, señor
Cullen.
Mis manos viajaron por su
pecho y acariciaron a través de la tela, luego se detuvieron en la pretina de
sus pantalones y la bajé lentamente. Lo tomé entre mis manos.
Edward jadeó y tembló con
el contacto.
– ¿Le gusta eso, señor
Cullen?
Él no respondió. Volví a
hacerlo. Mi mano fue de arriba hacia abajo lentamente y mi pulgar e índice
pasaron por la punta.
–Ah. Bella…
–Señorita Swan, señor
Cullen.
Sentí cómo él crecía entre
mis dedos y entonces apreté duro. Él retiró mi mano y la sujetó arriba de mi
cabeza, haciendo lo mismo con la otra.
Sentí sus dedos ahí abajo,
donde lo necesitaba, frotó una y otra vez y yo traté de permanecer quieta sin
hacer ningún ruido. Luego lo hizo otra vez y me besó. Primero mis labios, luego
mis mejillas y al final mi mentón.
Esta vez sentí como él
entraba lenta y tiernamente en mí. Me arqueé debajo de él y él acarició mi
cabeza.
–Abra los ojos, Swan.
Quiero que me vea.
Él entró de nuevo en mí,
moviéndose de atrás hacia adelante. Podía sentir sus caderas ondularse. Mis
ojos estaban lo más abiertos que podía, a veces tenía que pensar en otra cosa
que no fuera la magnífica sensación que sentía en ese momento.
–Bella– llamó él y fue como
un grito susurrado. Un llamado de desespero.
Giré mi cara hacia él y
entonces no pude creer lo que vi. Una lágrima resbalaba de la mejilla de
Edward. Oh no.
–Mi Bella– puso una mano en
mi cabeza –Dime que me amas. Dime que no vas a irte.
Cerré los ojos. Era tanto
el dolor que estaba sintiendo en ese momento…
–Mi Edward, mi león, mi
chico malo, te amo más que a nada. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Ya no
quiero jugar a esto. Ya no. Perdóname Edward. Perdóname.
–Perdóname Bella. Pero es
que te amo demasiado para dejarte ir. No me dejes, no te vayas.
Y no pude contenerlo más.
Estallé en llanto. Ver a Edward llorando, tan débil suplicándome que no me
fuera, suplicándome por amor.
¡Dios! ¿Cuándo acabaría
todo este infierno? ¿Cuándo los dos dejaríamos de intentar sobrevivir? ¿Cuándo?
Edward me hizo el amor más
tiernamente que nunca. El orgasmo llegó tan lento y delicioso que tuvimos que
ahogar nuestros gemidos en la boca del otro.
¿Esto estaba bien?
OoO
Hubiera querido ir a
visitar a Alice, pero Edward me dijo que ese día Alice no iría.
Luego del incidente que
Edward y yo habíamos tenido no habíamos vuelto a vernos en el día. Y era lo
mejor. Estaba es esos momentos haciendo algo para intentar salvar a nuestra
relación y evitar que nos terminara matando a los dos.
–Ehm… er… ¿consultorio del
doctor Gerandy?– mi voz temblaba y estaba atenta a que Edward no saliera de su
oficina.
–Buenas tardes. Soy la
secretaria del doctor Gerandy. ¿Con quién hablo?
–Em… soy Isabella Swan,
quería… quería hacer una cita con el doctor, de ser posible hoy.
Hubo un silencio del otro
lado de la línea.
–Tiene suerte, señorita
Swan. Una paciente ha cancelado la cita de las ocho, puedo darle el espacio.
–Um… es que estoy en el
trabajo y ¿no podría el doctor esperarme hasta las ocho y media?
–Claro que si señorita
Swan. Con gusto.
Suspiré. Estaba aliviada.
–Entonces quiero la cita.
Muchas gracias.
–No hay de qué. Que tenga
buena tarde.
Y la secretaria colgó.
Pasé una mano por mi
frente. Ya no estaba tan segura de haber hecho esa cita.
Contemplé de nuevo la
tarjeta del doctor Gerandy. Alice me la había dado cuando apenas teníamos unos
días de conocernos.
–Mira Belli. A él es a
quien llamo cuando tengo problemas.
Según ella, el doctor era
muy bueno.
La tarjeta me hizo sonreír.
Eran exactamente el tipo de presentación que le gustaba a Edward.
Fondo color hueso con tipo
de letra Lucida Calligraphy, texto centrado.
Dr. Henry Gerandy O.
Psiquiatra.
Tel: 56778934
Dirección: Park Ave. No.
405. Manhattan, NY. EUA.
¿Tendría yo la suficiente
fuerza y confianza de hablar con alguien más la complicada relación que Edward
y yo teníamos? Esperaba que sí. Porque estaba ansiosa por poder hablar de mis
problemas con alguien.
No podía contarle a Alice.
Ella ya estaba bastante deprimida con la partida de Jasper y yo no quería
agobiarla con mis enfermos problemas.
Bajé a la cafetería por una
baguette y un té helado. No estaba de humor para salir a comer a algún otro
sitio. Además de que tenía más cosas que hacer. Tenía que elaborar los
contratos de la nueva campaña de Cullen Corp.
OoO
Dieron las ocho y once de
la noche. Apagué mi computador, me puse el abrigo y me colgué el bolso.
Kate y Jessica al igual que
yo, estaban preparándose para irse.
Por un momento contemplé la
posibilidad de irme si avisar -de nuevo- pero no quería otro problema con
Edward.
–Señor, ya me voy ¿se le
ofrece algo más?– avisé con sólo la cabeza asomándose por la puerta.
Edward frunció el entrecejo
y se levantó.
– ¿Qué? ¿Cómo que ya te
vas? Yo voy a llevarte a tu casa. Es viernes y, bueno, quería hacer algo
contigo.
Bajé la vista. ¿Y ahora qué
se supone que le diría?
–Es que… voy a ir a un
lugar hoy.
Entonces Edward desocupó su
asiento y recargó la cadera en el escritorio, con los brazos cruzados al frente.
–Entra y cierra la puerta,
Isabella– ordenó.
Oh no… –Edward es que no puedo.
Tengo prisa.
–Entra, Isabella– su tono
era cada vez más pesado.
Asentí y entre en la
oficina. Cerré la puerta y me recargué en ella. Miré de reojo el reloj de la
pared. Ocho quince.
– ¿A dónde tienes que ir
con tanta prisa?– él no se movió de su lugar.
–Er… a la ¿biblioteca? Si.
A la biblioteca– lo sé. Soy estúpida.
–Yo puedo llevarte–
ofreció.
–Es que… me quedaré mucho
tiempo y no quiero que te aburras. Me dejaron mucha tarea en la universidad.
–No importa. Si quieres
puedo ayudarte con tu tarea.
Edward, maldición, quiero
ir sola.
–Edward no. Quiero hacer
esto sola. Te veré el lunes.
Abrí la puerta y me giré
para salir, pero Edward ya estaba detrás de mí con un brazo sobre la puerta.
Respiré hondo. No quería otra pelea. Pero tampoco podía decirle a dónde iba en
realidad.
–Edward, no quiero esto. No
necesitas ponerte en tu plan celoso porque no voy a salir con nadie. Si no quiero
que me acompañes es porque quiero hacer mi tarea sola. Si tengo problemas con
ella prometo que te llamaré. ¿De acuerdo?
Edward sopesó unos momentos
lo que yo acababa de decir. Luego, resignado, suspiró y asintió.
– ¿Podemos vernos mañana?
Pasaré por ti a la universidad.
Negué.
–No creo que pueda.
Y no esperé otra respuesta
suya. Él retiró su brazo de la puerta para dejarme ir.
–Isabella ¿traes el
colgante que te regalé?
Su pregunta me extrañó.
–Sí, por supuesto que lo
traigo. Mira– se lo mostré y él asintió ¿aliviado?
OoO
Cuando salí de la empresa
ya eran las ocho dieciocho. Esto era como una pesadilla.
Tenía que conseguir un
taxi… en Nueva York… siendo viernes por la noche. Algo prácticamente imposible.
Gracias al cielo, mientras
estaba un semáforo en rojo pude ver un taxi vacío. Corrí hasta el auto y abrí
la puerta.
–Buenas noches, señorita.
¿A dónde quiere que la lleve?
–A… Park Ave, número 405
por favor.
Luego de tortuosos minutos
largos y hastiosos por fin llegué a mi destino. Le pagué al taxista y bajé
corriendo de ahí. Miré el reloj de mi Blackberry. Ocho treinta y cinco. Era
tarde.
Entré al edificio indicado.
Había más puertas con placas dentro del conjunto. Pediatras, psicólogos,
terapeutas, gastroenterólogos, oncólogos, etc., etc., etc. Por fin llegué hasta
el tercer piso. Había una secretaria sentada detrás de un escritorio.
–Disculpe. Tengo una cita
con el Dr. Gerandy a las ocho y media. Se me hizo un poco tarde.
La secretaria me sonrió
amablemente.
–Oh, claro señorita. Él
está en su oficina aún. Avisaré de su llegada.
Ella se levantó y abrió la
puerta del consultorio. Luego de un par de minutos ella regresó.
–Pase por favor.
Respiré hondo. Puse un pié
en el consultorio y la secretaria cerró la puerta por fuera.
Cuando me giré, había un
señor de edad avanzada. Tal vez unos sesenta años, con lentes y ropa
conservadora. Él tenía una sonrisa amable en el rostro mientras me extendía una
mano para saludarme.
–Buenas noches. ¿Usted es
Isabella Swan, cierto?
Asentí.
–Mucho gusto señorita Swan.
Tome asiento por favor.
Contrario a lo que yo
esperaba, que era encontrar un sillón largo con un cojín había un sillón de dos
plazas color negro. Me senté y el Dr. Gerandy frente a mí en un sillón
individual.
–Dígame, señorita Swan ¿en
qué puedo servirle?
Pasé saliva. Ya no estaba
tan segura de si haber recurrido a un psiquiatra era lo correcto.
–Tengo… muchos problemas en
mi vida que ya no estoy segura de si pueda manejar.
El Dr. Gerandy asintió.
–Podría empezar contándome
de sus problemas, por favor.
Bajé la vista.
–Soy la asistente personal
de mi jefe y… también tengo una relación con él– me sonrojé.
–Tranquila. Eso es algo muy
habitual. No tienes de qué avergonzarte. Ahora dime ¿ese es tu problema? ¿Te
avergüenza salir con tu jefe?
–No es eso. Lo que pasa es
que él es muy difícil.
– ¿Por qué?
Y entonces le conté cómo
había empezado la relación entre Edward y yo. Claro que omitiendo el nombre de
él. Le conté que yo había sido su amante mientras él era novio de Victoria. Que
prácticamente teníamos sexo todos los días y también le conté sobre las
prácticas sadomasoquistas que Edward, a veces, llevaba a cabo.
Le dije sobre los celos
excesivos que Edward tenía. Así también como la muerte de James y que aún
soñaba con él.
– ¿Entonces tú tienes la
idea de que eres su puta?
Me sobresalté. No hubiera
pensado jamás en el Dr. Gerandy diciendo algo así.
–Es que… hay veces en las
que él así me hace sentir. Por ejemplo a noche. Fui a tomar un café con
alguien, él me vio y obviamente se volvió loco. Me siguió hasta mi
departamento, tuvimos sexo y luego él se fue así nada más. Sin despedirse o
mínimo un beso. Nada.
El doctor se quitó los
lentes.
–Mira Isabella. He visto
algunos casos parecidos al tuyo así que puedo decirte con certeza de que lo que
tú y tu jefe tienen es una relación destructiva.
Eso sonó aún peor de lo que
jamás hubiera imaginado.
– ¿Relación destructiva?
–Claramente, de acuerdo a
lo que tú me has contado, entre tu novio y tú hay una clara relación enferma. Y
no lo digo por las prácticas masoquistas que él lleva a cabo. Si no porque tú
sabes que él es celoso pero aún así, tal vez inconscientemente, tú lo provocas
a sentir celos. Esto es porque a ti, aunque en la superficie te enoje que él
sea así, tú te sientes importante cuando lo ves a él enfadado y celoso. Sabes
que no necesitas hacer mucho para que él se ponga así.
Yo escuchaba atenta.
–Tú– continuó –Eres
consciente de que eres la única que realmente puede hacerle daño a él, así como
él también es el único que realmente puede hacerte daño. Además de todo lo
anterior, en su relación hay un serio problema de confianza. Por ejemplo ¿él
sabe que has venido a verme?
Bajé la vista, avergonzada.
–No.
– ¿Lo ves? Isabella, tienes
que poner un alto. Su relación es codependiente y falta de confianza. Tienen,
ambos, que corregirlo, de no ser así pronto lo único que los mantendrá unidos
serán las ansias de destruir al otro.
Me sobresalté. No, eso no
podía ser.
–Pero yo jamás le haría daño.
No sería capaz.
Él sonrió cansado.
–Le estás haciendo daño
ahora, Isabella. Él no sabe dónde estás y tú le has mentido.
Me quedé callada. Era
cierto.
– ¿Y qué… qué significa el
sueño que he tenido?– ya le había contado mi sueño al Dr. Gerandy.
–Bueno, el sueño indica
claramente que tu ex novio James representa en este caso a tu subconsciente. En
el sueño James te pregunta una y otra vez si esto es lo que quieres. Tú misma
te estás preguntando de si toda la vida que llevas ahora es en realidad lo que
quieres. Tú en el sueño le decías que tenías miedo. Eso es porque aunque tú
quizás no quieras esta vida que llevas también tienes miedo de cambiarla.
Asentí. Así que eso
significaba…
– ¿Entonces tengo que dejar
a mi novio?– eso me aterraba. Yo no quería dejar a Edward.
–No necesariamente. No
tienes que dejarlo como novio, pero si tal vez dejarlo como jefe.
– ¿Renunciar?
–Exacto. Renunciar sería un
buen paso para darle a su relación más confianza y libertad. Tú serías
independiente y él también.
Esa idea no me desagradaba
del todo.
– ¿Qué debo hacer entonces
doctor?
–Yo no estoy aquí para
decirte lo que debes hacer. Tú tienes que tomar tus decisiones. Lo que sí es
necesario es que fortalezcas la confianza con él. Déjale saber a dónde vas y
qué vas a hacer. Eso le dará confianza a él y poco a poco te dejará ser más
libre. Debes de conocer también todos sus lados. El feliz, el enojado, el
posesivo, el romántico… todos y cada uno. Esa tiene que ser la base de
cualquier relación.
En esos momentos pensaba
que el Dr. Gerandy era un ángel que Dios me había enviado para solucionar mi
complicada vida.
–Muchas gracias doctor. Me
ha servido de mucho esta terapia.
Él asintió sonriente.
–Eres una buena chica,
Isabella. Te mereces una buena vida. Aunque igual, sería muy bueno que tú y tu
novio vinieran a terapia de pareja. Sería muy beneficioso para ambos.
–Creo que tendré que hablar
con él de eso.
–Sí, entiendo.
Me levanté de mi asiento y
me puse el bolso al hombro. Miré el reloj. Nueve y media.
–Muchas gracias y buenas
noches.
Y luego salí de ahí. Pagué
a la recepcionista y salí a la calle a tomar un taxi.
OoO
Con una maleta pequeña en
mano bajé las escaleras de mi edificio y abordé el taxi.
–A Tribeca por favor.
El taxi estacionó en la
esquina y yo bajé de él.
Con un paso rápido y una
sonrisa en el rostro caminé a lo largo de la acera hasta llegar al lujoso
edificio.
Tomé el ascensor e indiqué
el Pent-house. Las puertas se abrieron en la ya conocida sala de Edward. Me
hice paso dentro, todo estaba a oscuras. Parecía que no había nadie.
Dejé mi maleta y bolso en
el suelo cerca de la isla de la cocina. Me quité los tacones para no hacer
ruido y darle una sorpresa a Edward. Caminé a lo largo del pasillo de las
habitaciones. Paré en la habitación de Edward, pero igual estaba vacía. Pasé
una a una las recámaras, pero nada.
Entonces las notas suaves
de lo que parecía ser una guitarra sonaron a lo lejos. Me extrañé. Me fui
acercando poco a poco al lugar de donde procedía el sonido. Llegué al estudio
de Edward. La puerta estaba entreabierta. Me asomé por la pequeña abertura. Las
notas de la guitarra sonaban ahora claramente. Edward estaba sentado en un
sillón con la vista hacia abajo y la guitarra en las manos. Si él alzaba la
vista podía verme.
Pero él siguió con la
cabeza gacha y acariciando las cuerdas del instrumento. Yo estaba atenta y
conteniendo la respiración. Entonces él comenzó a tocar la guitarra. Una
melodía cadenciosa y triste. Luego, comenzó a cantar…
standing- by
/Permanezco cerca
a broken tree /De un árbol roto
her-hands are all twisted /Sus manos están todas torcidas
She's pointing at me /Ella me señala
I was damned by-the light /Fui condenado por las luces
coming, over all-i see /Se acerca hasta a mi para verme
Spoke with a voice that /Hablo con una voz que
Disrupted the sky /Rompió el cielo
She said walk on over here /Ella dijo, camina por aquí
to, a bit of shade /Hasta la sombra
I will wrap you in my arms/Te abrigaré entre mis brazos
And always stay/Y siempre permaneceré
Let my sign/Déjame llegar
Let my sign/Déjame llegar
Oh por favor... No podía creerlo. Él cantaba tan bien
y… sonaba tan triste. Y no pude contenerme más. Empujé la puerta y caminé
dentro de la estancia hacia él.
Sus ojos eran de sorpresa y una enorme sonrisa estaba
en su boca. ¿Por qué si yo tenía el poder de hacerlo feliz no lo hacía todo el
tiempo?
– ¡Isabella! ¿Qué haces aquí?– Él había dejado la
guitarra a un lado y se había puesto de pie. Se había cambiado. Traía un pants
y una playera negra.
–Quise darte una sorpresa– encogí los hombros –Te
escuché cantar– añadí –Fue hermoso Edward.
Él sonrió triste.
–Esa canción la escribí para ti.
Sonreí.
–Nunca nadie había escrito una canción para mí Edward.
Gracias.
Entonces él me abrazó y me levantó del suelo. Me apretó
tan fuerte que me fue imposible respirar por unos momentos.
–Dime que vas a quedarte. Dime que no te vas a ir.
Besé su mejilla. –Traje una maleta de ropa. Voy a
quedarme contigo todo el fin de semana. Te extrañaría demasiado si estoy lejos
de ti.
–Mi Bella. Gracias.
¿Gracias? No entendí ¿De qué?
Edward me depositó en el suelo y tomó mi mano.
– ¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo.
Ladeé la cabeza.
–Un vaso de leche con chocolate estaría bien.
El asintió.
– ¿Puedo darme una ducha?– pregunté.
–Claro. Ya sabes dónde está el baño– respondió y luego
se fue hacia la cocina.
Me quedé ahí quieta tres segundos y luego fui al baño.
Me quité toda la ropa y abrí el agua caliente de la ducha. Entorné los ojos
hacia la puerta y entonces le puse el seguro. Quería bañarme SOLA.
Tallé mi cuerpo una y otra vez y luego el cabello.
Edward tenía un shampoo de fresa que había comprado exclusivamente para mí. El
jabón de ducha olía a mora azul y me encantaba. Me quedé unos minutos más
debajo del agua, disfrutando de la sensación y recordando todo lo que el Dr.
Gerandy me había dicho.
¿Sería una buena opción empezar a buscar otro empleo?
No lo sabía. Lo que si sabía es que Edward no lo tomaría nada bien. Tendría que
platicar con él de eso.
Una idea llegó a mi mente de pronto. El Dr. Gerandy
había dicho que la confianza debía de fortalecerse en la relación de Edward y
mía y que además debía de conocer todos sus lados. Conocía casi todos ellos,
pero era consciente de que había uno que aún no veía del todo. ¿Sería buena
idea? ¡Bah! ¿Qué tenía que perder?
Salí del baño con una toalla en la cabeza y otra
alrededor del cuerpo. Abrí uno de los cajones de la cómoda de Edward y saqué la
parte de arriba de un pijama, me la colé. Sin bragas y sin sostén. Cepillé mi
cabello con el peine y luego lo sequé de nuevo con la toalla. Me miré en el
espejo. Mis mejillas estaban rojas y no sabía si era por la ducha que acababa
de darme o por lo que estaba a punto de hacer…
Llegué a la cocina con pies descalzos caminando de
puntillas. El suelo estaba muy frío.
Edward estaba haciendo algo en la estufa… no supe qué.
–Toma– dijo cuando me vio. Era un vaso de chocolate.
– ¿Qué haces?– pregunté.
–Estoy haciendo pasta– respondió.
Mientras yo terminaba de tomar mi vaso de leche, Edward
hacia maniobras en la cocina y yo admiraba todos y cada uno de sus movimientos.
Lo repetiré de nuevo. Que buen trasero tenía.
– ¿Disfrutando de la vista, señorita Swan?
Sonreí –No sabes cuánto.
Edward siguió de espaldas hacia mí. Vigilando la pasta
al parecer. Entonces me subí a la barra de la cocina. El azulejo era frío como
el demonio pero no me importaba. Luego me senté de lleno con las piernas lo más
abiertas que pude con los pies sobre el azulejo y mis manos detrás de mi
espalda para apoyarme. Edward seguía en sus asuntos.
–León– llamé inocentemente.
Él volteó de inmediato y al verme… me sentí tan hermosa
y deseada en ese momento…
Edward se giró una vez más y apagó la estufa.
–Creo que la pasta será luego, señorita Swan.
Me mordí los labios.
Edward tomó mis muslos y los sujetó firmes en su lugar.
Deslizó sus manos hacia abajo y desabrochó uno a uno los botones pequeños de
mi/su pijama.
–Eres hermosa, Isabella.
Batí mis pestañas hacia él y alcé una mano para
acariciar su desordenado y perfecto cabello.
–Tú también eres hermoso. Demasiado.
Luego el bajó su rostro hasta mi altura y rozó sus
labios con los míos.
Sus labios encontraron un hueco en mi garganta y paseó
la lengua por ahí.
–Hueles delicioso.
Paso por mis pechos, evitándolos. Su lengua siguió una
línea recta por mi abdomen y besó mi ombligo. Solté una risa.
– ¿Divertida, Swan?
–Tengo cosquillas– explique temerosa de que él se
hubiera enfadado. En vez de eso, el rió conmigo.
Llegó hasta mi monte Venus y raspó ahí su mentón, que
causó una deliciosa sensación a causa de la incipiente barba. Su nariz se coló
en mi pequeño botón. Presionó a penas, mi clítoris latió y una chispa de placer
recorrió mi vientre. Gemí.
Edward volvió a hacer lo mismo un par de veces más. Con
una mano tomó mi cintura haciendo que no pudiera moverme de mi lugar. Luego
sentí su lengua ahí…
Suspiré bajito mientras miraba el cielo raso de la
cocina. Dios.
La sensación era inigualable. Cada vez que Edward movía
su lengua era como un pequeño orgasmo. Podía oír su boca lamiendo y chupando,
mordiendo por todas partes.
El aroma que nos envolvía era de mora azul, fresa,
Edward y sexo. Una tóxica combinación.
Edward sumergía su lengua una y otra vez, con su pulgar
presionó mi clítoris y entonces no pude más y estallé.
–Ah. ¡Eddwaardd!
Recuperé el aliento. Miré a Edward. Tenía una sonrisa
de autosuficiencia en la cara que no tenía precio.
Entonces me levanté de la encimera y salté hacia el
suelo. Tomé la mano de Edward y comencé a guiarlo a través del departamento.
– ¿A dónde vamos?– preguntó
confundido.
–Sólo camina– respondí.
Llegamos a la habitación de Edward y lo recosté en la
cama. Él estaba muy cooperativo a hacer lo que yo quisiera.
Me puse a horcajadas sobre él. Pude notar que su
respiración estaba ya bastante agitada. Mis manos viajaron hasta su pecho y
luego hasta las orillas de su playera. Tiré hacia arriba, Edward me ayudó a
quitársela y la lanzó hacia algún lado. Tiré de la cinturilla de sus pants
hacia abajo y terminé de quitarlos. Me sorprendí al ver que no traía bóxers.
–No eres la única que puede dar sorpresas aquí, Swan–
explicó.
Pasé mi lengua por mis labios a propósito.
Bajé mi cabeza poco a poco hasta mi destino.
– ¿Qué haces?– inquirió él.
Alcé una ceja. – ¿Qué parece que hago?
Bajé mi boca y entonces lo tomé. Edward gruñó
sonoramente. Mi boca succionaba lo más que podía y luego rastrillé mis dientes
por toda la longitud, sabiendo que eso lo volvía loco. Él empujó más dentro de
mi boca.
–Oh Isabella. Así.
Me sentía poderosa. Podía controlar el momento en el
que Edward se corriera o no. En estos momentos él era como un tierno corderito.
Mi mano subía y bajaba por la parte que mi boca no podía cubrir. Una y otra
vez, una y otra vez. Mis movimientos eran rápidos. Hoy quería ser salvaje. No
lenta ni tierna.
Lo saqué de mi boca, sabiendo que Edward aún no
llegaba.
Edward respiraba rápidamente. Podía notar las
contracciones en sus pectorales. Pasé una mano por su miembro y froté. Él vibró
debajo de mí.
–Bella…– tenía sus ojos fijos en mi rostro.
– ¿Qué quieres Edward? ¿Dime qué es lo que quieres?
Su boca entreabierta y su frente perlada de sudor eran
dignos de un retrato.
–Te quiero a ti alrededor de mi– dijo decidido y sin
pausas.
Entonces me levanté ligeramente de su regazo e hice que
se hundiera en mí.
Gemimos al unísono. Oh. Aquello era tan bueno…
Aquella vez Edward me dejó llevar el control de todo.
Lo besé, toqué su cabello y me perdí en sus ojos.
¿Así sería siempre? ¿Nunca podríamos arreglar las cosas
con palabras? ¿Siempre con sexo?
Bueno… mamá decía que lo mejor de las peleas eran las
reconciliaciones. Yo me sonrojaba cuando decía eso pero tal vez ahora lo
entendía.
Edward terminó dentro de mí y apretó mis manos cuando
lo hizo. Eché la cabeza para atrás y clavé mis uñas en su pecho.
Me dejé caer sobre él. Mi oído quedó cerca de su
corazón. Podía oír el bum-bum del sonido.
–Edward– llamé luego de unos minutos.
–Dime.
–Ya no quiero pelear más contigo.
–Entonces ya no lo haremos.
–Siempre decimos eso Edward– le recordé y entonces
decidí decirle la verdad. Todo es confianza, todo es confianza –Te
mentí– dije –No fui a la biblioteca.
Noté como Edward me abrazaba con más fuerza.
–Fui a ver a… un psiquiatra.
Edward dejó de abrazarme y nos incorporó a ambos en la
cama. Me miró a los ojos.
– ¿Un psiquiatra? ¿Para qué?
Bajé la mirada –Nuestra relación no es buena Edward.
Míranos. Peleamos por cualquier cosa, hacemos un juego enfermo para provocar al
otro, tenemos sexo rudo, no nos hablamos en todo el día y por la noche nos
besamos, nos pedimos perdón y hacemos el amor. Es la rutina de siempre.
Él se mofó – ¿A ti no te agrada esa rutina? A mí sí.
–Esto es serio, Edward. Si fui con ese psiquiatra es
porque quiero salvar esta relación. No quiero que todo se vaya al trasto.
El asintió, arrepentido de su comentario anterior.
–Tienes razón. ¿Y entonces? ¿Qué te dijo?
Ops. No es bueno llegar ahí…
–Dice que debemos tenernos más confianza Edward. Ya sé
que dije antes que iba a soportar tus escenas de celos, pero creo que no lo
cumplí muy bien. A partir de hoy quiero ser completamente sincera contigo y no
ocultarte nada. ¿Qué dices? ¿Tú me tendrás la misma confianza?
Edward apretó la boca. –Sí– contestó luego de un momento.
Una sonrisa bailó en mi boca al recordar a lo que eso me llevaba.
Una vez más la Madrastra ocupaba su lugar en mi cuerpo.
–También dijo que debemos de conocer todos nuestros lados.
– ¿Qué significa eso?
–Oh león. Tú me conoces completamente y yo a ti. A excepción de un
lado– alcé una ceja y otra.
– ¿A sí Swan? ¿Cuál? Estoy intrigado.
Exhalé y me removí en mi lugar.
–El salvaje bebé. Yo no conozco tu lado salvaje ni tú el mío.
– ¿Eso qué significa? ¿Tenemos que ir a un zoo?– se burló y yo
reí.
–No, eso no. Creo que me expresé mal. Lo que quise decir es que tú
no conoces mi lado sumiso ni yo tú lado dominante.
Él se hizo para atrás. –Pero hemos ido a la habitación oscura y
hemos hecho el tipo de juegos que a mí me gustan– explicó.
–Lo sé. Pero no creas que no me he dado cuenta de que todo el
tiempo, inclusive en tu rol de dominante, eres muy suave conmigo. No te conozco
bien por esa parte.
– ¿Qué me estás pidiendo entonces, Isabella?– sus ojos eran
oscuros.
Alcé la cara.
–Quiero ser tu sumisa de tiempo completo, Edward.
Estaba dispuesta a hacer todo para que esa relación funcionara. Y
si ser la sumisa de Edward era la clave, entonces lo haría.
Como Renée decía:
“Si quieres paz, prepárate para la guerra”*
OoO
Canción: Born To Die
Artista: Lana Del Rey
*Si quieres paz prepárate para la guerra: La frase original está
en latín: “Si vis pacem, para bellum” Que en éste caso es el título del
capítulo. Significa que si quieres una buena vida entonces debes luchar primero
por ella.
Un beso enorme.
Amy W.